El ciclo del agua es una componente esencial del clima, y por lo tanto hablar de cambio climático implica abordar el problema de cuál será la distribución del agua en la tierra a lo largo del siglo XXI. En términos generales, para caracterizar los cambios que se producirán en las aportaciones de agua en una determinada región, conviene diferenciar los cambios en magnitud y los cambios en frecuencia. Es posible que en una zona se prevea una cantidad de lluvia similar, pero distribuida de forma diferente en el tiempo (por ejemplo, tormentas intensas más abundantes o retraso/adelanto de la época de lluvias), o bien que se produzca un aumento o disminución de la lluvia, aun sucediendo con las mismas pautas que en el pasado.

Una vez caracterizado el tipo de cambio de las precipitaciones, comienza la fase terrestre del ciclo del agua. En esta fase, que incluye el flujo a lo largo de ríos y acuíferos, también se pueden producir efectos ligados a un cambio en el clima, ya que el tipo de vegetación que recubre las cuencas se ve influenciada por alteraciones en el régimen de lluvias y temperaturas, y esto afecta indirectamente a la forma en que el agua alcanza los cauces y acuíferos, que son por lo general las fuentes de donde la toman los seres humanos para los diversos usos.  El lector podrá advertir la aparición del primero de una serie de efectos no directos, sino retroalimentados, del cambio climático en el balance hídrico: a través de los cambios en la vegetación que a su vez modifican el proceso hidrológico.

Llegados a este punto, entran en juego los cambios que un nuevo régimen de temperatura y lluvias pueden inducir en los usos del agua. Los tres usos genéricos del agua son la agricultura, la industria y el consumo humano, y cada uno de ellos puede experimentar cambios en intensidad o en distribución geográfica.

Los efectos directos del cambio climático en la agricultura son consecuencia relativamente predecible de la nueva frecuencia y magnitud de las precipitaciones, para cada región del mundo. En las regiones donde predomina la agricultura de subsistencia, este fenómeno, y en particular el nuevo régimen de sequías, dominará el efecto del cambio climático, provocando un mayor nivel de vida (si se produce un incremento de producción), o hambrunas acompañadas de emigraciones masivas en el escenario opuesto. En cualquier caso, los efectos indirectos son complejos e impredecibles, ya que tanto un excedente de alimentos como una situación de escasez, inducirán desequilibrios demográficos y económicos. Los países productores de alimentos, ya fuera de la economía de subsistencia, son actores de un mercado cada vez más global, en el que cambios en la distribución de la oferta y la demanda pueden resolverse con una nueva asignación de precios.

La industria, y en particular algunos sectores como el minero-metalúrgico, químico y energético, requieren grandes cantidades de agua para procesos y refrigeración. La disponibilidad de este recurso primario ha sido y seguirá siendo un factor de diferenciación entre regiones, y un cambio en la disponibilidad puede alterar el equilibrio competitivo y los flujos globales de materias primas y elaboradas. Finalmente, el abastecimiento humano es el uso menos intensivo y con mayor prioridad, por lo que es probable que la calidad sea más crítica que la cantidad en el futuro.

Los usos del agua descritos no agotan las funciones del agua en un sentido más amplio. Los gestores de sistemas hídricos son conscientes de que, además de satisfacer las demandas y usos, deben vigilar los riesgos asociados al agua, fundamentalmente las inundaciones, y preservar los ecosistemas acuáticos. El cambio climático puede alterar la frecuencia de aparición de fenómenos extremos, y aumentar el riesgo de desbordamiento de los ríos. Por otra parte, cambios importantes en la magnitud y distribución temporal de las aportaciones de agua son capaces de alterar el equilibrio de los ecosistemas vinculados al agua, que son mayoría. Además del perjuicio que esto puede suponer para la fauna y la flora, no se puede olvidar que los ecosistemas proveen de servicios al ser humano, muchos de ellos indirectos y no cuantificables en términos económicos. La caza, la pesca, el turismo, ciertos deportes y muchas otras actividades hacen uso de servicios ecosistémicos que pueden verse alterados de diversa manera.

Tras este marco general, que ha tratado de esquematizar las principales interrelaciones entre el agua y el clima, cabe hacer un breve comentario sobre las previsiones de cambios en la temperatura y precipitación para los escenarios futuros, aportadas por los modelos de circulación general existentes. Aquí nuevamente conviene diferenciar dos parámetros: la tendencia media estimada y el grado de dispersión de las estimaciones. En la variable temperatura, existe un cierto consenso en cuanto a que la tierra se calentará en términos generales, y la dispersión de los diferentes modelos es moderada, siempre dentro de las hipótesis que las ecuaciones que resuelven conllevan. Por lo tanto, es sensato considerar estas previsiones válidas a efectos de planificación estratégica, y como palancas del principio de precaución, allí donde corresponda. Sin embargo, las estimaciones de cambios en la precipitación son mucho más inciertas por su variabilidad espacial y por la dispersión de los resultados de los diferentes modelos. Esto hace que, en términos estrictamente científicos, el efecto directo del cambio climático en el ciclo del agua, a escala regional o local, no esté aún resuelto, lo que no impide que en ciertos lugares se hayan experimentado cambios importantes en las últimas décadas, y que se decida aplicar el principio de precaución.

En el caso concreto de España, los estudios realizados [4] indican un empeoramiento general de las condiciones hidrológicas esperables para el siglo XXI, tanto en términos de cantidad (disminución del agua disponible) como de frecuencia (aumento de las precipitaciones extremas diarias). Esto es así para todo el territorio, incluido el norte, generalmente considerado como húmedo, pero puede resultar más crítico en Andalucía, Valencia, Murcia y otras zonas donde ya en la actualidad existen tensiones hídricas. El impacto de la reducción de recursos disponibles en la agricultura, el principal uso del agua en España, puede ser muy importante, y afectar al equilibrio territorial, ya que el peso directo del sector agroalimentario en el PIB es reducido. En todo caso, los cambios en la disponibilidad de agua serán progresivos, mientras que las catástrofes asociadas a eventos extremos pueden ser súbitas y poner en evidencia la vulnerabilidad de numerosos núcleos urbanos, muchos de ellos ejemplo de crecimiento urbanístico no planificado en las últimas décadas.

El debate del cambio climático, con su ubicuidad mediática, resta a menudo protagonismo o se confunde con otros fenómenos que rivalizan con él en importancia y repercusión práctica. La contaminación de ríos y acuíferos, la superpoblación, la desigualdad de riqueza o la tasa de uso de los recursos no renovables no son problemas de clima sino de especie, concretamente de la especie humana. El debate sobre el cambio climático es positivo en la medida que vincula o religa en cierta medida al ser humano con la naturaleza, aunque sea de manera forzada y defensiva; sin embargo, es defectuoso en cuanto que permite exonerar o mediatizar el sentido de responsabilidad, depositándolo en un agente difuso en el espacio y tiempo.

Las políticas de control voluntario de la natalidad, la reducción de las emisiones contaminantes (no sólo gases de efecto invernadero) o el fomento del equilibrio territorial y la descentralización física (que no necesariamente organizativa) son medidas que permiten mejorar la sensibilidad o la resiliencia ante cualquier cambio o fenómeno extremo, no sólo del clima. El mundo futuro probablemente tienda a una globalización selectiva, con una red de nodos interconectados a escala global, donde se concentra la innovación y la riqueza [5]. El riesgo estriba en que esos centros de bienestar, con una huella ecológica e hidrológica importante, generen en sus intersticios bolsas de pobreza, que alberguen los residuos materiales y humanos de la nueva modernidad [6]. Esos lugares serán, con alta probabilidad, candidatos a víctimas de cualquier problema nuevo o existente, incluido el cambio climático.

Como indicaba un artículo de una conocida publicación internacional, el problema del cambio climático es la combinación fatal de tres fenómenos ya clásicos en las ciencias humanas: el dilema del prisionero, la tragedia de los comunes y el problema del polizón (free-rider). No es de extrañar que la solución esté, más que nunca, en el aire.