Sentarse cada mañana frente al ordenador, encenderlo y enfrentarse a la tarea diaria de informar. O despertarse antes del amanecer en medio del campo, en una casa rural, tomando un café rápido para salir a rodar alguna secuencia acompañada por unos agentes medioambientales. Nos ponemos en marcha al inicio de cada jornada sin meditar demasiado sobre cómo nos enfrentamos a ese trabajo. Aplicamos nuestros conocimientos y herramientas por inercia, y nos parece que la intuición nos ayuda. Nada más lejos de la realidad. Ahí detrás están las horas de estudio, de prácticas, aciertos y fracasos que nos han configurado como lo que somos: periodistas medio ambientales. Y en mi caso, también reportera de televisión.

Aunque a menudo es denostada como medio, y algunas razones hay, es relevante subrayar que ver la televisión es la actividad de ocio a la que más tiempo dedicamos los ciudadanos de los países desarrollados. Aún hoy, frente a la competencia del ocio online y digital, continúa siendo el principal medio de entretenimiento de los españoles. En 2010 se consumía un 22% más de televisión que hace veinte años. Y en noviembre de 2012 se llegó a otro record absoluto: 4 horas y 27 minutos por persona y día.

En este medio tan devorador, enternecer a la audiencia con un cachorro de lince no requiere mucho esfuerzo, pero con el plan de cuenca que está elaborando una Confederación Hidrográfica, la cosa se complica. De hecho, eres carne de zapping.

Eso no significa que piense que haya que renunciar a temas por “intratables”. Hay informaciones económicas mucho más áridas, y no por ello abandonan un solo día los titulares de los informativos. ¿Cuánta gente en la calle sabe explicar la prima de riesgo o el índice de precios al consumo? Y aún así son informaciones que nos tienen en vilo.

En nuestro programa, El Escarabajo Verde de TVE, hemos conseguido históricamente hablar de trasvases, contaminación en los ríos, construcción y demolición de presas, cómo se gestiona una sequía o por qué se producen unas inundaciones. Aviso a navegantes: hay asuntos en el programa que suponen el doble o el triple de documentación que cualquier otro, y todos los referentes a la gestión del agua se incluyen en este apartado, cualquier ejemplo sirve.

“Un estudio reciente indica que los telediarios españoles dedican en promedio el 45% de su tiempo a deportes y política –casi a partes iguales–, y sólo 2,3% al medio ambiente”[1]. Está claro que ante semejante competencia, va a ser difícil concienciar al espectador de la importancia de la preservación de nuestro entorno. Es un pez que se muerde la cola.

Cada vez que abordo cualquier información medioambiental y por extensión la especializada en cuestiones hidrológicas, me enfrento a dos tipos de dificultades: unas son inherentes al medio, que exige amenidad, inteligibilidad y síntesis. Otras son inherentes al tema: es un eje transversal, trata de economía, tiene conflicto social, y requiere perspectiva científica; y por si fuera poco tiene dificultad técnica. Por tanto, si abordamos un asunto como la situación de las Tablas de Daimiel no podremos circunscribirnos a su condición de espacio natural, sino que tendremos que tener en cuenta qué peso tienen aspectos como la legislación de aguas subterráneas, o el impacto de la política agraria comunitaria (PAC). 

Otro obstáculo: en materia de aguas, hay que ser un entendido para entender la superposición de administraciones que intervienen en la planificación y gestión de una cuenca hidrográfica. Algunas comunidades autónomas pueden planificar sus cuencas internas, pero las intercomunitarias las gestiona la Confederación Hidrográfica. Y todas esas planificaciones están basadas en la legislación europea, en concreto, la Directiva Marco del Agua. No obstante, los peces que están en ese río los gestionará la comunidad autónoma. Total, un lío.  En el caso del Guadalquivir, con sus recursos en los tribunales, hubo momentos en los que una no sabía a quién tenía que llamar para hacer una consulta. Y existe mucha legislación, sí, pero también muchos vacíos legales sin los cuales no se puede entender que perduren algunas situaciones insostenibles: las aguas subterráneas serían un caso paradigmático.

A pesar de estas dificultades, los periodistas medioambientales tenemos la obligación de  hacer inteligible lo que contamos. Muchas veces me encuentro haciendo una especie de negociación con científicos y técnicos. Me gustaría poder transmitir la cara de un entrevistado, cada vez que le digo que tiene treinta segundos para resumir toda su investigación. Pero es cierto que, cada vez más, entienden lo esencial  de saber “traducir” y sintetizar. A nuestros expertos entrevistados la demolición de presas en una cuenca les puede parecer fascinante, pero hay que conseguir encontrar la manera de que al televidente también se lo parezca. El medio de comunicación tiene que funcionar como puente entre la ciencia y el público.

La pedagogía que hacemos en el programa es con frecuencia más básica: lo que intentamos contar de los ríos es sobre todo que “no son sólo agua, y son nada más y nada menos que agua”.  Aunque parezca una perogrullada: “los ríos tienen que llevar agua” es una frase recurrente. 

Para evitarlo, apuesto por el uso del análisis, la contextualización y la huida del sensacionalismo o dramatismo tan en boga en algunos informativos. El por qué es imprescindible. Dicho esto, una secuencia de impacto puede ser útil para llamar la atención, y de esta forma interesar al espectador en las causas y razones de lo que acaba de presenciar. Un ejemplo de ello sería el reportaje “Pasados por agua” de El Escarabajo Verde.

El periodismo medioambiental, ese con el que me despierto cada mañana es periodismo de investigación, complejo y multidisciplinar; también es periodismo científico, tiene una función divulgadora y de responsabilidad social. Y debe ser, sobre todo, un testigo de la realidad.


[1] El medio ambiente en las televisiones españolas. Un análisis de contenido de los informativos nacionales.” Bienvenido León. Cultura verde. Volumen I, Ecología, cultura y comunicación. Sevilla: Consejería de Medio Ambiente, Junta de Andalucía, 2007, p.362