Llevamos ya más de dos décadas, desde Río 92, convencidos de que solo progresando en sostenibilidad, entendida como más o suficiente calidad de vida (no necesariamente más crecimiento económico o desarrollo entendido como tal) con muchos menos recursos naturales y menor degradación ambiental, nos ganaremos el futuro.
Lo preocupante es que ni siquiera con la crisis actual, más grave que otras porque a la permanente crisis ambiental y en muchos países social, se ha unido la económica y financiera—una situación repetitiva en un desarrollo insostenible como el que impera—, no estamos aplicando especialmente en España, políticas de sostenibilidad, anticíclicas y necesarias para salir antes de la crisis y orientados hacia un futuro más sostenible. Carencias en políticas sostenibles que en España son especialmente graves en lo concerniente al patrimonio y los recursos hídricos, dado que mientras las respuestas se han empobrecido los desafíos han seguido y siguen creciendo.
Grandes carencias a pesar de que como ha mostrado durante los últimos años la Fundación Nueva Cultura del Agua—y ha ilustrado con datos el Observatorio de la Sostenibilidad en España, OSE—hemos sabido todo el tiempo lo que estaba pasando e iba a pasar e incluso lo que había que hacer al respecto (no había más que aplicar con convicción y como oportunidad, no como cargas, las estrategias y Directivas Comunitarias) para progresar en las políticas y en la gestión de nuestros recursos hídricos, cuya base es sin duda una toma de decisiones más informada y participativa, basada en el conocimiento, no en la ignorancia interesada, y visión integrada y de futuro, no miope, sectorial y sectaria, como sigue siendo el caso.
Esta Guía es sin duda un elemento clave para avanzar en el necesario empoderamiento de la sociedad civil, por medio de una información y conocimiento relevante y actualizado, como elemento fundamental para progresar no solo en la sostenibilidad sino también, y particularmente en España, en la Gobernabilidad, o Buena Gestión del agua y del patrimonio hídrico, ya que como repite Naciones Unidas, “no hay crisis de recursos, sino de su gestión”.
El agua en España es demasiado importante para dejarla en las solas manos de los políticos. Hay que trasladar al imaginario popular los posibles escenarios de futuro y con futuro para conseguir, con la persuasión del conocimiento, la movilización de la sociedad civil para que esta imagine y exija el futuro deseable, también en materia de patrimonio y recursos hídricos, dentro de lo que hoy ya empieza a llamarse democracia prospectiva, más allá de la representativa y participativa, aunque en este país tengamos dudas de haber alcanzado la primera y más al hablar del agua.
Y del futuro hay que hablar ya para que no nos atropelle, tanto porque la propia crisis en general nos obliga a hacerlo para arrumbar las acciones urgentes, algunas de carácter estructural, sino particularmente al hablar del agua, porque el Cambio Climático (CC) con los objetivos ineludibles a alcanzar a medio y largo plazo, nos da ya una referencia concreta para los escenarios obligados desde 2020 hasta 2050, y una medida de la urgencia y magnitud de los cambios a realizar ya.
Lo curioso es que, como veremos, los cambios a realizar—también en materia de patrimonio y recursos hídricos—habría que realizarlos aunque no hubiera CC solo que, se puede decir afortunadamente, el CC nos ha cargado de razón, y posiblemente de criterios, para hacer en unas décadas lo que podría llevar generaciones. Estamos hablando de un verdadero cambio de paradigma, cambio profundo en los modelos de producción y consumo y de gestión de nuestros recursos naturales que implica la sostenibilidad y sobre todo la sostenibilidad fuerte que asume que no se puede negociar el capital natural que hay que mantener en cantidad , calidad y funcionalidad. De alguna forma el CC es, como proclama Greenpeace, y cada día es más patente, un “clímax para el cambio”.
Hay que poner las luces largas también en el tema del agua. Debemos empezar a vislumbrar el que podría ser el escenario deseable en esta materia en el horizonte 2050 para, a partir del mismo y empleando una técnica que se conoce de backcasting, o retrospectiva, identificar escenarios alternativos, revisables según avances tecnológicos o cambios estratégicos, en horizontes 2040-2030-2020, para finalmente concretar la Planificación Hidrológica difícil de acordar, como vemos es el caso en España, sino se legitima por la racionalidad que nos impone el ganar el futuro
Puede argumentarse que al menos ha habido Planificación Hidrológica en España, aunque insostenible, siempre respondiendo a una imperante política de oferta y por tanto no integrada en un escenario socioeconómico deseable en el que prime la racionalización de la demanda buscando un uso eficaz (para las necesidades reales) y eficiente (con el mayor valor añadido y menor degradación ambiental) del patrimonio y recursos hídricos.
La Planificación Hidrológica ha sido sobre todo poco lógica, en sostenibilidad, y menos “idro”: si le quitamos la h de hormigón, que si lo tiene, le falta la i de innovación, la d de desarrollo sostenible como criterio, la r de racionalización de la demanda y de recuperación de la multifuncionalidad de las cuencas, y finalmente la o de optimización de la oferta e infraestructuras y servicios ajustados a una demanda racional. No ha sido una planificación para ganar el futuro. La prueba es que la insostenibilidad en la gestión del patrimonio y recursos hídricos ha ido en aumento. Hay que repensarlo todo para ganar el futuro.
La Unión Europea (UE) está en ello, en ganar el futuro anticipándolo, aunque no lo parezca por las tensiones actuales impuestas por los mercados financieros y porque en España no nos hemos querido enterar, ocupados como estamos en políticas de campanario y clientelistas dominadas por el cortoplacismo y la cortedad de miras.
La UE ya se planteo una Agenda para el Cambio a principios de siglo formada por la Agenda Socioeconómica de Lisboa, del año 2000, y la Estrategia de Desarrollo Sostenible, del 2001. Éstas se trasladaron pobremente y sin convicción al ámbito español, con una Estrategia Española para el Desarrollo Sostenible aprobada en 2007, que ha sido tan inoperante como desconocida, y los Planes Nacionales de Reforma, que se han ido repitiendo anualmente como deberes ante la Comisión. Lo único que se conoce de ellos son los dictámenes de la Comisión, a principios de año (durante el llamado Semestre Comunitario). Por ejemplo, el de 2012 recriminaba a España sus errores en materia de Energías de Fuentes Renovables y fiscalidad energética, y el de 2013 se pide otra vez que modifique la fiscalidad de los carburantes, a lo que España no responde ya que ni en la segunda legislatura del PSOE ni en la actual del PP ha habido o hay ni propósito, ni visión, ni sentido de la dirección, para progresar en sostenibilidad y aún menos en materia de agua.
Y sobre todo la UE se ha replanteado a principios de esta década una Agenda para el Cambio con un horizonte 2050 en el que la referencia fundamental es una reducción de las Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (EGEI) superior al 90%. En base a la Estrategia Europa 2020 para un “crecimiento inteligente, inclusivo y sostenible” aprobada en 2010, ya ha adoptado tres hojas de Ruta 2050. Una primera y clave, para una Economía Europea Hipocarbónica o Baja en Carbono, o sea para “descarbonizar” la economía. Otra Hoja de Ruta, corolario de la anterior, para la Energía, primando la electrificación, la racionalización y reducción de la demanda o la “desenergizacion” y la optimización de la oferta basada fundamentalmente en las renovables (aunque todavía no renuncia a la nuclear). Finalmente, una Hoja de Ruta para una EU Eficiente en el uso de Recursos para desacoplar la economía del uso de recursos, o sea, para su “desmaterialización”.
De forma simple, partiendo de las exigencias en materia de mitigación del Cambio Climático, se llega a lo que en cualquier caso exige la sostenibilidad o un futuro sostenible, “una descarbonización, desenergización y desmaterialización de la economía”. De hecho, países como Reino Unido, han basado su planificación económica en la descarbonización de la economía. Ciudades como Copenhague se han fijado como objetivo llegar a EGEI cercanas a cero en 2025, como clave para la dinamización de la ciudad en términos económicos de innovación y competitividad, contando con una fuerte colaboración de la industria que ve en este objetivo una oportunidad.
¿Y qué significa todo esto para la gestión del patrimonio y recursos hídricos en este contexto forzado por el Cambio Climático?
El CC representa también un clímax para el cambio en cualquier caso necesario hacia la sostenibilidad en esta gestión. La mala noticia es que su insostenibilidad va en aumento agravada por los impactos ya apreciables del CC en el ciclo hidrológico y en la funcionalidad de las cuencas mediterráneas cuyos caudales, según los modelos de predicción al uso, disminuirán sensiblemente, hasta más del 30%, de aquí al 2050.
La buena noticia es que el margen de maniobra o de mejora en materia de gestión del agua va en aumento. La llamada a la innovación para entrar en ineludibles procesos de desenergización y desmaterialización de la economía ofrece grandes oportunidades y legitima—incluso a los Gobiernos que lo han hecho mal, ahora en la oposición, o lo están haciendo aun peor ahora— a una “enmienda a la totalidad” en materia de políticas y gestión de nuestro patrimonio y recursos hídricos en España. Exige revisitar y revisar los insostenibles Planes de Cuenca en curso y el cacareado nuevo Plan Hidrológico Nacional, a la luz de los escenarios deseables de aquí a 2050 y las Hojas de Ruta hasta 2050, en el marco comunitario mencionado.
Hasta ahora, y lo hemos podido apreciar en los Planes Hidrológicos Nacionales, dichos planes obviaban el contexto o escenario socioeconómico al que debían servir, faltos de una planificación económica y territorial a medio y largo plazo. Sólo se justificaban a través de políticas de oferta en materia de infraestructuras, el llamado en inglés síndrome FIS (Facilitating Infrastructures Supply). Imponían infraestructuras para un agotamiento en la regulación de nuestras cuencas y explotación de los recursos subterráneos, ante demandas no racionales y casi sin límites, “agua para todo”, por no internalización de costes, sobre todo en usos agrarios, con precios políticos, y sobre todo por no informarse o someterse a una planificación económica y territorial sostenible inexistente.
¿Y cuáles pueden ser las claves de futuro con esa visión puesta en un 2050 con una economía descarbonizada, desenergizada y desmaterializada?
El futuro está en la innovación para, en primer lugar, mejorar la eficacia (para lo necesario, no para lo superfluo ni excedentario), eficiencia (menor uso y sobre todo consumo unitario), y valor añadido del agua, o desacoplamiento entre uso del agua y desarrollo económico, como base para reducir el “estrés hídrico” social y económico del sistema. Hay suficiente saber común, conocimiento y tecnologías, para hacer frente a los desafíos en gestión del agua, pero no se aplican comúnmente.
Es posible que cuando se nos mire desde el 2020, y ciertamente desde el 2050, se diga: ¿a quién no se le ocurrió?:
- Dejar de usar el agua para vehicular y deshacerse de residuos urbanos e industriales y tener que hacer enormes esfuerzos para luego separarlos en lo posible y finalmente verter gran parte a los cauces y al medio marino.
- Realizar saneamiento urbano en seco, con tratamientos térmicos y otros de mineralización in situ.
- Separar en las redes de abastecimiento el agua de boca o potable de otras aguas de menor calidad.
- Separar en las redes de saneamiento las aguas residuales urbanas e industriales y las pluviales, almacenando y reutilizando las aguas pluviales y tratando y reciclando a la red no potable las residuales.
- Tender a la llamada autosuficiencia conectada también en el agua, lo que ya es viable para la electricidad sólo a la espera de la normativa para el autoconsumo y balance neto.
- Utilizar más el agua verde y menos la azul en agricultura.
Y así muchas acciones que aparecen como innovadoras y que sólo son de sentido común. Por supuesto se preguntarán en el 2050: ¿cómo conscientes ya de un Cambio Climático que afecta al ciclo hidrológico, a las precipitaciones y al funcionamiento ecosistémico y caudales de las distintas cuencas nos empeñamos en seguir degradándolas?
El futuro está en reducir los usos y consumos de la llamada agua azul, o fluyente, superficial o subterránea—en el 2000 se usaba ya más del 54 % de las aguas fluyentes a nivel global y su uso sigue creciendo fuertemente, mientras que según la Agencia Europea de Medio Ambiente, regulaciones de caudales superiores al 30% en una cuenca no son sostenibles— ligadas a la agricultura intensiva y el regadío, difícil de compatibilizar con una agricultura y alimentación sostenible. El futuro está en incrementar el uso de la llamada agua verde, o agua de lluvia, lo que se llama cosechar el agua del cielo (solo usada actualmente en un 26% a nivel global) recuperando la llamada cultura del secano, que no lo es tal, hoy perdida. Hay que darle la vuelta al aforismo de “agua del cielo no quita el riego” debido a la dependencia del regadío, del goteo, para que sea más bien “el agua del cielo me libra del riego”.
El futuro está en ligar de forma inexorable las políticas, la gestión y la planificación del patrimonio y recursos hídricos a la sostenibilidad y a los escenarios deseables socioeconómicos y territoriales a medio y largo plazo, que ya se concretan a nivel de la UE y que hay que trasladar y replicar a nivel español y muy en particular a los escenarios energéticos, ya que con las exigencias del CC la sostenibilidad energética se convierte en el vector del cambio.
Los desafíos en España en materia de recursos hídricos y energéticos son una llamada a la innovación buscando las sinergias entre ambos recursos:
Amarillo (Energía Solar) + Azul (Agua, del mar) = ¡Verde ambiental!
Rompiendo finalmente la asociación creciente “mucho sol, poco agua” en el Mediterráneo y sustituirlo en parte por otros: “A más, o suficiente energía solar, más o suficiente agua” o “Energía Renovables = Agua renovable”.
Y así podíamos continuar largamente con los elementos que conformarían este futuro cuya consecución empieza optimizando el presente en clave de sostenibilidad. Debemos elevar el debate del agua, hoy cortoplacista y limitado, aunque como vemos en las encuestas recientes en las Comunidades Autónomas costeras, en la actual crisis este debate ha perdido prioridad.
Quizás debemos ya empezar a imaginar una economía “deshidratada” (¿también de bebidas de “cola”, que según la publicidad “ ha estado hidratando—y algo más—el mundo desde 1886”?) como corolario de las ineludibles desenergización y desmaterialización que deben inexorablemente acompañar a la descarbonización obligada y oportuna en 2050 (más del 80%) con hitos exigentes en 2020 (20-30%), 2030 (40%), 2040 (70%) según la Hoja de Ruta de la UE. Sería coherente aplicar por simetría reducciones similares en la extracción de recursos hídricos de nuestras sobreexplotadas cuencas fluviales.
Para la regulación de las cuencas habría que aplicar desde ya lo mismo que se debate para nuevo suelo urbano: con criterios de sostenibilidad fuerte, el status quo, o congelación, sin nuevas infraestructuras de regulación y progresiva reversión de las existentes, como ya ocurre en EEUU. En todo caso, que las nuevas centrales reversibles, o de turbinado y bombeo, de posible interés para una gestión en firme de un sistema de generación eléctrica básicamente renovable, se hagan sobre las existentes.
La conclusión no puede ser más simple. El futuro de nuestro patrimonio y recursos hídricos está cada vez más en “dejarlos estar que quizás rinden más”, si tenemos en cuenta los grandes servicios que los ecosistemas fluviales nos prestan en su estado y funcionalidad natural como ilustra la iniciativa comunitaria sobre "La economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad”.
Esta Guía puede ser un instrumento clave para hacer realidad este futuro sostenible.