Los medios de comunicación tienen un papel determinante en la comunicación pública, por cuanto contribuyen a la formación de conceptos básicos sobre los que la sociedad adopta sus decisiones colectivas. Por otro lado, la concentración de los medios de comunicación masiva en grandes grupos, en ocasiones dominados por empresas con intereses muy diversos como bancos o empresas de telecomunicaciones, determina que el tratamiento de la información en ocasiones pueda responder a intereses particulares en lugar de a un interés general.
En lo que se refiere al agua, podría aparentar que el tratamiento dado por los medios de comunicación españoles en las últimas décadas se ha quedado en la mayoría de las ocasiones reducido a noticias sobre denuncias y catástrofes. Aunque fuera cierto, que no lo es, los medios estarían contribuyendo a transmitir una visión negativa del agua, ligada a inundaciones, sequías, situaciones de escasez, etc. El agua sería sinónimo de problema.
Sin embargo, el agua está presente en numerosas informaciones de todo tipo en los medios de comunicación. Muchas veces no como principal protagonista, pero si como participante necesario en cuestiones relacionadas con la agricultura, la producción eléctrica o industrial, el desarrollo urbanístico, la batalla política, etc.
Las bases de la hidráulica moderna que se refleja en los medios de comunicación españoles de finales del siglo XX y comienzos del XXI se establecen a finales del siglo XIX e inicios del XX por el regeneracionismo. Proceden de esta corriente y de este momento histórico la mayoría de las ideas que se aceptan de manera común por la sociedad y que tienen su reflejo en los medios: la capacidad técnica como forma de dominación de la naturaleza, la intervención financiera de los poderes públicos y el agua como bien público que se privatiza por medio de derechos concesionales equivalentes a derechos de propiedad.
Juan Álvarez Mendizabal decía a comienzos del XIX: “España no será rica mientras los ríos desemboquen en el mar”. Una expresión que no resulta extraña hoy en muchos medios de comunicación, incluso en sus artículos editoriales.
El discurso productivista abanderado por Joaquín Costa tuvo su continuidad en las dictaduras de Primo de Rivera y de Francisco Franco. Así, en lo que se refiere al agua priman conceptos como la oferta de agua a través de la construcción de obra pública subvencionada, la expansión del regadío y la generación eléctrica.
La llegada de la democracia hizo que la atención se centrara en aspectos políticos más urgentes y no se produjo ninguna reflexión política ni social sobre el agua. La actual Ley de Aguas data de 1985 y posteriormente modificada en 1999, 2001, 2005 y 2007. Esta norma incluye el concepto de planificación hidrológica, y se trata del primer esfuerzo modernizador, aunque paradójicamente mantiene las ideas regeneracionistas.
La prensa también hereda conceptos como el de escasez natural del agua o la sistemática y masiva subvención de la obra hidráulica. Nace el concepto de desequilibrio hidrológico, que se basa en un concepto de injusticia de la naturaleza y se hace necesario rectificar este desorden natural. Un discurso que enlaza con la conceptualización de la ciencia como herramienta de dominación de la naturaleza.
Hasta casi el final del siglo XX, la política del agua siguió entendiéndose como integración territorial y de solidaridad entre regiones, que culminó ya a principios del siglo XXI con la presentación del Plan Hidrológico Nacional, lo que fué para muchos el último exponente de esta tradición de política basada en la máxima oferta posible de recursos hídricos.
En el siglo actual no se puede hablar de una única concepción o cultura del agua sino de muchas, al igual que tampoco existe una única moralidad o racionalidad. A través de los medios de comunicación es posible el reconocimiento de la pluralidad de las apreciaciones de la realidad, tanto social como ambiental: el análisis de las interrelaciones entre cultura, política y medio ambiente.
Así, los medios reflejan concepciones del agua diversas, en ocasiones incluso dentro de una misma cabecera o emisora, aunque en la mayoría de ellas subyace una visión productivista, como se ha comentado. Así, en el discurso del agua de los medios se aprecia una corriente de tipo patriótica o nacionalista (tanto en sentido centrípeto como centrífugo), en la que el agua se presenta como un bien propio que es necesario conservar de agresiones externas, o como un elemento de solidaridad entre regiones. En este sentido, desde el enfoque más patriótico, se han dado expresiones como “la última diferencia que separa España: aquella que divide el país entre la España seca y la España húmeda”, “el desequilibrio hídrico que sufre el país”, “la España seca y la España húmeda”, “el agua es de todos” y otras del estilo.
En al línea contraria, aunque el enfoque sea igualmente nacionalista, se habla del como un elemento atávico de identidad que se remonta en la antigüedad.
Ambos apelan a los sentimientos de pertenencia a un colectivo en lugar de abordar la cuestión desde el punto de vista científico o simplemente racional.
Sin embargo, el enfoque nacionalista (en cualquiera de sus versiones) suele coincidir con otro de tipo desarrollista, centrado en la necesidad de realizar aquellas obras hidráulicas que permitan asegurar e impulsar el modelo de crecimiento económico y que permitan satisfacer el continuado aumento de las necesidades de consumo de agua. Así, se habla de “agua que se pierde en el mar”, “reserva hidrológica presente y futura”, por ejemplo.
Y ello llega acompañado habitualmente de refuerzos desde el contexto legal y económico. Puntos de vista que se suelen presentar como argumentos de autoridad, a través de “expertos” en la materia que se sitúan por encima del ciudadano y a los que no resulta posible rebatir. El lenguaje en estos casos se hace oscuro, se aboga por la ortodoxia y se aleja de cualquier debate social.
Paradójicamente, en ocasiones los mismos medios también aportan una visión centrada en la defensa del medio ambiente, en donde se destaca la importante función de los ríos en el mantenimiento de los ecosistemas naturales y en la que se habla de la calidad de los recursos hídricos.
Son menos, aunque han ganado terreno en los últimos lustros, las ocasiones en las que se aborda la cuestión desde la integración de las dimensiones ecológica, social y económica en la planificación y la gestión de los recursos hídricos. No obstante, algunos conceptos parecen ir calando, como las estrategias de reutilización o la gestión de la demanda.
Por último, cabe citar un enfoque que resulta el más común de todos y es el que tiene como eje el agua como elemento de catástrofe. Ya sea en forma de exceso (inundaciones) o de falta (sequías, escasez), aunque también de pérdida del recurso por efecto de la contaminación. La alarma y la concepción local y puntual del problema suelen marcar estas informaciones, que rara vez abordan las causas últimas de los desastres con una concepción global, tanto en el espacio como en el tiempo.
Así que el agua se aborda en los medios de comunicación con una enorme, aunque aparente, pluralidad. Y el problema de esta apariencia está, sobre todo, en el reducido número de fuentes informativas que suelen aparecer en las informaciones. Fuentes interesadas en su gran mayoría y cuyo objetivo es, muchas veces, manipular a periodistas carentes de formación y de criterio cuando se abordan cuestiones que requieren un conocimiento especializado.
En este sentido, cabe citar los constantes tentativas de control político del discurso mediático del agua, en un claro intento de manipular la opinión pública. De hecho, se observa cómo a lo largo de las últimas décadas, el discurso oficial del Gobierno de turno y los intereses de los partidos políticos han ido marcando tanto la terminología como la agenda mediática, a través de la ocultación de aquellas informaciones que no coincidían con los intereses del momento.
Así, se presenta una supuesta realidad que se construye sobre mentiras, deformaciones, medias verdades e incluso episodios de censura informativa en los medios públicos. Así, fruto del discurso oficial, se observan en los medios afirmaciones del tipo:
- Tal obra es de interés general (declaración de tipo político) y, por tanto, es necesaria.
- El agua es de todos.
- Un proyecto (el que sea) es bueno porque ha recibido un amplio apoyo (de tipo político).
- Un proyecto es bueno porque la alternativa es mala.
- Los expertos apoyan tal obra (cuando en realidad son expertos en otro –ámbito o tienen intereses directos en el proyecto).
- Existe una España seca y una España húmeda.
- El sur y el levante español necesitan agua.
- Se necesita el trasvase para reequilibrar el desajuste hidrológico de España.
- Sobra agua del Ebro que se vierte al mar innecesariamente.
- El Gobierno (al nivel que sea) hace todo lo posible por conseguir un consenso con todas las partes implicadas.
Cabe citar, un estudio realizado por Cisneros Britto en 2003 sobre el debate del agua y centrado en las informaciones de los diarios ABC y El País. La investigadora señala que el reflejo de este elemento en la prensa es reflejo de la “mentalidad pseudocientífica” y la “visión del mundo mecanicista”. Además, establece la línea argumental que defiende cada uno de ellos respecto a esta cuestión:
“La postura del ABC no es que sea más o menos ambientalista, es que ignora totalmente que el ambiente esté relacionado con el agua. Para este medio, el agua es un líquido que transcurre por unas tuberías a cielo abierto que se llaman ríos y que los hombres de unos territorios semidesérticos ven marcharse al mar. El mar es una especie de agujero negro de la naturaleza porque una vez que se traga el valioso elemento ya no se puede extraer porque es muy caro y complicado”.
“El agua para El País es un límite al desarrollo económico y, por tanto, asunto delicado para los políticos que prometen desarrollismo”.