El estudio de los riesgos naturales se ha convertido en uno de los temas estrella de las ciencias de la Tierra. La ocurrencia de desastres naturales de impacto mundial ocurridos en la última década ha favorecido el desarrollo de investigaciones sobre riesgos naturales. Se han experimentado asimismo importantes cambios conceptuales y de método en el análisis de riesgo, así como la aparición de un campo de aplicación de estudios e investigaciones sobre riesgos naturales, en relación con la promulgación de normativa urbanística y territorial que obliga a la inclusión de cartografía e informes de riesgos en el desarrollo de nuevos usos sobre el territorio.

Un inquietante informe elaborado por el Foro Humanitario Global (Global Humanitarian Forum-Geneve, 2009) no deja lugar a dudas sobre las consecuencias de los peligros climáticos en la Tierra y el agravamiento de sus efectos, en las próximas décadas; todo ello en relación con la hipótesis actual de cambio climático por efecto invernadero. Se señala que actualmente casi 300.000 personas son víctimas de las catástrofes naturales y que esta cuantía se puede duplicar en los próximos veinte años.

Sin caer en extremismos exagerados, es cierto que en la superficie terrestre hay un problema importante de exposición a la peligrosidad natural; muy acentuado en algunas regiones del mundo, que vienen a coincidir con las áreas menos desarrolladas del planeta. Otra cuestión es determinar la causa última de estos desastres, que, de momento, no tiene tanto que ver con el cambio climático como con actuaciones imprudentes del ser humano sobre el territorio.

El último decenio ha conocido cambios socioeconómicos muy intensos en el mundo. La sociedad global transforma las pautas de comportamiento a un ritmo acelerado y sus efectos suponen, también, cambios profundos en el territorio. El medio natural ha cobrado una nueva dimensión como espacio de riesgo, en virtud de la puesta en marcha de actividades que no han tenido en cuenta los rasgos propios de un funcionamiento a veces extremo. Y las sociedades, en muchas áreas del planeta, se han transformado en sociedades de riesgo, salpicadas, con frecuencia, por episodios de signo catastrófico. En 1986, Ulrich Beck caracterizó la sociedad actual como sociedad del riesgo; desde entonces, nuevos enfoques han venido a enriquecer el análisis social del mundo moderno.

Se trata de un contexto difícil, pero que cuenta con un dato positivo: la existencia de lo que Beck denomina una “política de la Tierra” que no existía hace unas décadas y que permite integrar el tratamiento del riesgo en el contexto de una dinámica global de consideración del medio. Cuestión distinta son las prácticas “individuales” que se siguen desarrollando en los territorios locales o supra-locales y que aumentan el grado de incertidumbre de las sociedades que los habitan ante los peligros naturales.

Las tierras del Mediterráneo forman una región-riesgo en el contexto mundial. Lo explica bien F. Braudel en sus Memorias del Mediterráneo: “tendemos demasiado a creer en la suavidad, la facilidad espontánea de la vida mediterránea. Es dejarse engañar por el encanto del paisaje. La tierra cultivable es escasa, las montañas áridas o poco fértiles son omnipresentes; el agua de las lluvias está mal repartida: abunda cuando la vegetación descansa en invierno, desaparece cuando más la necesitan las plantas nacientes...” y añade acertadamente: “el motor climático del Mediterráneo se puede averiar, la lluvia puede llegar demasiado abundante o insuficiente, los vientos caprichosos pueden traer, en un momento inoportuno, la sequía o el exceso de agua o las heladas primaverales...”.Y no sólo está lo relativo al tiempo y clima y sus excesos, también la geología atormentada de la zona de contacto entre las placas tectónicas europea y africana ha sido un elemento condicionante para el desarrollo de las sociedades mediterráneas.

En las latitudes mediterráneas confluyen casi todos los peligros naturales existentes para el conjunto de la superficie terrestre. En efecto, en el Mediterráneo se dan los dos peligros geológicos mayores: vulcanismo y sismicidad; riesgos geomorfológicos como deslizamientos y erosión; incendios forestales, a favor de una vegetación especialmente pirófila, que llegan a ocasionar víctimas mortales; y una amplia gama de peligros atmosféricos, que sólo evita los de origen tropical: lluvias torrenciales, sequías, temperaturas extremas, tornados, granizos, temporales de viento, como más frecuentes.

España, en el contexto mediterráneo, es también, un territorio de riesgo. La variedad de peligros naturales, especialmente climáticos, que pueden afectarle unido al alto grado de ocupación humana en algunas de sus regiones, convierten al territorio español en espacio geográfico con riesgo natural elevado en el conjunto de Europa. El riesgo natural se ha convertido en un problema territorial que afecta ya con regularidad elevada a la sociedad y economía española. Y los modelos de cambio climático nos presentan un panorama poco alentador para las próximas décadas del presente siglo, puesto que inciden en la profundización del carácter extremo de nuestras condiciones climáticas, especialmente en las regiones del mediterráneo y del sur peninsular.

La ordenación del territorio se presenta, por tanto, como el proceso más eficaz para la reducción de la vulnerabilidad y exposición ante los peligros naturales. No obstante, debemos ser conscientes de que el ritmo de ocupación del espacio geográfico, plasmado sobre todo en la urbanización del suelo, de consuno al crecimiento de la población en cada región, suele ir por delante de las políticas de ordenación racional del medio, de manera que el grado de riesgo lejos de reducirse, se mantiene o aumenta y no por incremento de la peligrosidad natural sino por proliferación de actuaciones humanas poco acordes con los rasgos naturales del medio donde ocurren.