El universo de valores e intereses en juego entorno al agua y su carácter imprescindible para la vida provoca que su gestión sea inevitablemente conflictiva, especialmente cuando su calidad y su cantidad son insuficientes en muchas regiones del planeta. Comprender el origen de estas tensiones y encontrar formas de prevenirlas y resolverlas es una responsabilidad compartida por toda la sociedad.

En las últimas décadas se ha equiparado en muchos casos y sectores sociales el valor del agua a su precio monetario. Esta concepción incorporada al ámbito de la gestión hídrica no sólo ha arrinconado los valores asociados a la identidad, la belleza, la calidad de vida o espirituales del agua, sino que ha provocado una crisis ecológica donde la escasez de recursos debe atribuirse principalmente al factor humano y no al natural como se ha indicado en muchas ocasiones.

Parece claro que la resolución de la crisis del agua no se puede buscar en las reglas del libre mercado, ni en un gobierno autoritario, unidireccional y sancionador, sino en la consideración de la ecología fluvial y en un sistema de gobierno realmente democrático, que incorpore al proceso político nuevos instrumentos y actores, tal y como establece el paradigma de la gobernanza. Desde este enfoque el conflicto no se percibe como una amenaza a evitar o a la que hacer frente sino como una oportunidad para mejorar en la dirección de los objetivos de sostenibilidad, y alcanzar decisiones más robustas que integren una mayor diversidad de miradas.

En este contexto de inclusión de nuevas herramientas y actores, la resolución alternativa de conflictos (RAC) se ha consolidado en los últimos años como un método y una opción efectiva de gestión de conflictos, previa a la vía judicial. Bajo el paraguas de la RAC, vemos cómo la mediación se está convirtiendo en una de las principales herramientas de gestión de conflictos ambientales, tanto en su prevención como en su solución. Consiste en la intervención en un conflicto de una tercera parte neutral que ayuda a gestionar la disputa que hay entre las partes.

A pesar de que no exista un modelo único para llevarla a cabo es posible identificar algunas condiciones básicas para su buen desarrollo

  • Requiere la participación de todos los implicados en el conflicto en espacios compartidos de diálogo, para propiciar y dar la oportunidad de comprender las necesidades del otro y buscar alternativas compartidas en las que todos los implicados se sientan reconocidos.
  • Debido a la naturaleza cambiante y compleja de los conflictos, es importante ser  flexible y adaptable a los ritmos en los que se desarrolla para llegar a resolverlo. Es decir, tener la capacidad de modificar los tiempos y las dinámicas de trabajo en función de las necesidades de cada momento.
  • En apariencia es frecuente que el conflicto gire en torno a una propuesta de actuación, pero hay que tener en cuenta que a menudo no hay un acuerdo sobre el diagnóstico. Esto hace que sea difícil acercar posiciones en las soluciones, ya que el punto de partida es diferente. Es importante incluir un espacio de debate sobre el diagnóstico para ganar operatividad y eficacia en la propuesta de soluciones.
  • Garantizar la objetividad e imparcialidad en las decisiones, tener interlocutores válidos (es decir, con responsabilidad en la toma de decisiones), la transparencia y calidad de la información, la confianza mutua, la gestión de expectativas a través del establecimiento de los límites de la mediación, la presencia de mediadores profesionales y experimentados.

Contando con la cobertura de estos requisitos básicos, se pueden establecer al menos cuatro fases en el desarrollo de cualquier proceso de mediación:

  1. Preparación: Análisis de los actores implicados y del problema, identificación de los responsables de la toma de decisiones, disposición de la información necesaria para iniciar el diálogo;
  2. Escucha y negociación: Establecimiento de los límites de la mediación,  definición colectiva del problema, descripción y análisis de las distintas alternativas;
  3. Aprobación: Establecimiento de acuerdos finales sobre las soluciones a adoptar, y propuesta de reglas que permitan el seguimiento y cumplimiento de los acuerdos comprometidos;
  4. Implementación y seguimiento: Seguimiento de la ejecución de los acuerdos y de la evolución del conflicto. El seguimiento será imprescindible a la hora de identificar inconvenientes en la implementación de los acuerdos y convocar nuevos espacios de diálogo cuando sea necesario.

Fases básicas de un proceso de mediación

Dibujo información y dialogo

Fuente: Elaboración propia