La importancia de los sistemas estuarinos: patrimonio ecológico, cultural y económico.

En la desembocadura de los ríos siempre existe una zona de mezcla entre el agua dulce y el agua marina, que se conoce con el nombre de estuario. En el caso de los mares cerrados con mareas muy débiles como el Mediterráneo, la desembocadura se caracteriza por formar un delta, que presenta aspectos opuestos a los estuarios típicos. Mientras que estos últimos se encuentran tierra adentro (por ejemplo las rías) y están dominados por las mareas, los deltas son lenguas de tierra que se adentran en el mar y están dominados por el río. Sin embargo, esta aparente naturaleza contrapuesta de deltas y estuarios esconde una unidad funcional que se revela cuando miramos los procesos en lugar de mirar las estructuras. Se trata en ambos casos de sistemas estuarinos (en inglés estuarine systems), un concepto que se puede aplicar a cualquier ecosistema que sufre la influencia combinada del mar y del río, hecho que les otorga unas particularidades naturales (por ejemplo, un gran dinamismo) que en gran parte determinan los usos económicos y las identidades culturales.

Una de las características más destacables de muchos deltas y estuarios es el hecho de haber conservado unos valores naturales considerables aún siendo espacios muy humanizados. Sin embargo, con la llegada de la regulación fluvial, la agricultura moderna, y la reducción excesiva de los hábitats naturales durante las últimas décadas, este relativo equilibrio entre conservación de la naturaleza y actividades humanas se ha decantado hacia el costado del desarrollo, comprometiendo a largo plazo la sostenibilidad económica y la cohesión social de estos territorios.

Los deltas y estuarios continuaran siendo medio humanizados en el futuro, así que es una necesidad (y un reto) para la sostenibilidad demostrar que se puede mejorar sustancialmente su estatus ambiental al mismo tiempo que se mejora el estatus socio-económico de la población. Para ello, hay que establecer directrices globales de gestión que garanticen las actividades y cultivos tradicionales, aplicando medidas que aseguren un aporte suficiente de agua y sedimentos, una gestión ecosistémica del agua, unas prácticas agrícolas de menor impacto ambiental y una mayor extensión y conexión física e hidrológica de los diferentes hábitats. También son necesarias directrices para compatibilizar las nuevas actividades humanas, como el turismo y la acuicultura, con la conservación de los valores naturales.

Por otra parte, es fundamental entender que el dinamismo físico, ecológico y socio-económico de los sistemas estuarinos es inherente a su propia naturaleza y tienen una misma causa. En los deltas y estuarios la palabra conservar implica, esencialmente, conservar su dinamismo, ya que intentar rigidizar el sistema tiene a corto o largo plazo consecuencias negativas. Más que conservar una determinada situación en el espacio y el tiempo, hay que conservar la capacidad de cambio y adaptación del sistema, su naturaleza pulsante, y la conexión física e hidrológica entre los diversos ambientes naturales y agrícolas. Se trata de otro reto importante, tanto por la novedad y complejidad de este nuevo enfoque ecosistémico, como por la evidencia de que los hechos van en la dirección opuesta: la presente mentalidad y, en consecuencia, la gestión aplicada, están llevando a una creciente rigidización de estos sistemas, que ya se ha demostrado muy negativa en muchos casos debido al aislamiento de los humedales costeros en relación a los procesos fluviales y marinos.

Las aguas de transición y la Directiva Marco del Agua: la necesidad de recuperar el buen estado ecológico

Recientemente a los sistemas estuarinos se les ha convenido llamar aguas de transición, a partir de la jerga utilizada por la Directiva Marco del Agua (DMA), que establece una política para la protección de todas las aguas, incluyendo lagos, ríos, aguas de transición, aguas costeras y aguas subterráneas. Los objetivos principales de esta directiva europea es prevenir un mayor deterioro, proporcionar protección a largo plazo y mejorar la situación de los recursos hídricos de los países miembros de la Unión Europea. El objetivo principal es lograr una ''buena'' calidad ecológica de todas las aguas correspondientes para el período 2015-27. En contraste con otras directivas anteriores sobre el agua, donde la química del agua era la prioridad, la Directiva Marco del Agua hace hincapié en la estructura y función ecológica de los ecosistemas acuáticos y considera a los elementos biológicos (peces, invertebrados, macrófitos, fitobentos y fitoplancton) como centro de las evaluaciones del estado y la hidromorfología y la físico-química del agua como elementos de apoyo.

Las aguas de transición (estuarios, deltas, marismas y lagunas costeras) son ecotonos entre ecosistemas terrestres y marinos que, como hemos mencionado, son de gran valor ecológico (p.e. suelen ser zonas con elevada productividad y reciclado de nutrientes, actúan de protección contra inundaciones, son zonas de cría para mucha especies, etc.) y económico (los resultados del estudio de Constanza y colaboradores -1997- sitúan a las aguas de transición entre los ecosistemas del planeta con mayor valor económico). Sin embargo, ya pesar que este tipo de aguas son también muy sensibles al deterioro, son las que están sufriendo un mayor retraso en la implementación de la Directiva Marco del Agua. Las causas de este retraso son múltiples, entre ellas cabe destacar: i) las aguas de transición se caracterizan por una elevada variabilidad temporal y espacial dificultando mucho su estudio, modelado y el establecimiento de tipologías; ii) se considera que estos sistemas están sometidos a un estrés natural debido a la variabilidad intrínseca de muchos de sus componentes físico-químicos (p.e. temperatura, salinidad y oxígeno tanto de la columna de agua como del sedimento), siendo difícil poder distinguir este estrés natural de las fuertes presiones antropogénicas a las que muchas están sometidas; iii) la mayoría, si no todas las aguas de transición, has sido en mayor o menor manera afectadas por la actividad humana, siendo virtualmente imposible encontrar actualmente zonas naturales que sirvan como patrón de ‘condiciones de referencia’ tal y como requiere la Directiva Marco del Agua para poder evaluar correctamente su estado ecológico.

El reto de la gestión sostenible de los sistemas costeros: la importancia de los caudales ambientales.

Más de dos terceras partes del agua que fluye en los ríos de todo el mundo es interceptada por un total de aproximadamente 45.000 presas construidas para regular el caudal. La construcción de presas en los ríos y el desvío de agua para uso agrícola representan el impacto más significativo sobre los ecosistemas acuáticos en todo el mundo. Los impactos negativos provocados por caudales que se desvían del régimen natural, es decir, el incumplimiento de los caudales ambientales, es evidente y directo en sistemas fluviales y humedales. Es el caso de los impactos sobre las comunidades biológicas (vegetación, poblaciones de aves acuáticas migratorias, peces, invertebrados, etc.) que, en definitiva, son el resultado del deterioro de las funciones ecológicas de los ecosistemas acuáticos continentales. La influencia e importancia del aporte de agua dulce a las aguas costeras pude parecer, a priori, más ambiguo. Sin embargo, es innegable que el flujo de agua dulce en los sistemas costeros es beneficioso a nivel ambiental y, consecuentemente, a nivel productivo. Son, por ejemplo, los casos del transporte de sedimentos y su importancia en la formación y mantenimiento de los deltas (este tema se trata más detalladamente a continuación) y la relación entre caudales ambientales y pesquerías. Sobre este ejemplo, es bien sabido que el aporte de agua fluvial a las aguas costeras tiene una relación directa con las pesquerías. El agua de los ríos transporta nutrientes que estimulan la producción de fitoplancton y microalgas bentónicas que son la base de la red trófica marina que tiene como consumidores las especies piscícolas que se explotan comercialmente. Estas son algunas de las muchas razones por las cuáles muchos autores, señalando las importantes funciones ecológicas de los caudales ambientales en los ambientes costeros, cuestionan el paradigma de que el agua dulce que va al mar es ‘desperdiciada’. En esta misma línea están las definiciones más modernas de caudal ambiental que contemplan todos los sistemas acuáticos que dependen de los caudales fluviales. Es el caso de la definición de Dydson y colaboradores (2003) que dice textualmente: ‘Caudal ambiental es el régimen hídrico que se da en un río, humedal o zona costera para mantener ecosistemas y sus beneficios…’. El punto 17 del preámbulo de laDirectiva Marco del Agua se redactó, también, bajo una perspectiva de la importancia de los caudales ambientales para una gestión sostenible de los sistemas costeros: ‘Una política de aguas eficaz y coherente debe tener en cuenta la vulnerabilidad de los ecosistemas acuáticos situados cerca de las costas… puesto que el equilibrio de todas estas zonas depende en buena medida de la calidad de las aguas continentales que fluyen hacia ellas’. Dada toda la información y conocimiento científico y técnico de que actualmente se dispone y que la corriente más aceptada en países desarrollados es que no tiene sentido disociar el buen funcionamiento de las zonas costeras de los caudales ambientales, no es difícil concluir que afirmaciones del tipo ‘el agua dulce que va a parar al mar se pierde’ son fruto del desconocimiento o, lo que es más grave, de la más pura demagogia.

Sin ríos no hay deltas (ni estuarios): la nueva cultura del agua que transporta sedimentos.

Los deltas y estuarios se pueden definir como el territorio que se forma en la desembocadura de un río gracias a los sedimentos que deposita la corriente en épocas de crecida. Por lo tanto, estos sistemas deben de entenderse como la parte final de un río y no como un sistema independiente de éste. En el caso de los deltas, para su formación se requiere que el aporte de sedimentos desde el río sea superior al material que es re-movilizado y redistribuido por las olas, mareas y corrientes en la costa, y que sea una zona con hundimiento tectónico (que no es un requisito en el caso de los estuarios). Por lo tanto, un delta está controlado principalmente por tres elementos: la descarga de agua y sedimento del río, la dinámica marina y la tectónica.

Un cambio en cualquiera de estas variables conllevará una alteración del sistema. Tal es el caso, por ejemplo, cuando se lleva a cabo la construcción de un embalse en el curso fluvial. Con la construcción de la presa se produce, por un lado, el corte en la transferencia del sedimento (puesto que en su mayor parte éste queda retenido en el vaso del embalse), y por otro lado, la alteración del régimen hidrológico (al modificarse el régimen de caudales del río, y especialmente, al eliminarse en gran medida las crecidas). En consecuencia, se reduce (y en algunos casos hasta casi elimina) la transferencia del sedimento hacia el delta a su vez que se modifica la frecuencia de los aportes fluviales hacia el mar. En definitiva, se altera el funcionamiento natural del sistema río-delta dado que la mayor parte del sedimento se transfiere durante los episodios de crecida. Estas crecidas juegan un papel clave ya que cuando el río desborda e inunda la llanura deltaica, parte del sedimento transportado por el río es depositado en ésta. Este sedimento (compuesto principalmente por limos, arcillas y arenas finas o muy finas) es fundamental para el mantenimiento de la elevación del delta puesto que, juntamente con los aportes de materia orgánica (p.e. de la vegetación de los humedales), permite compensar el hundimiento natural de la plataforma deltaica (proceso denominado subsidencia y que se produce por la compactación de los sedimentos acumulados en la llanura deltaica).

Así pues, cualquier opción de gestión que tenga como objetivo final la sostenibilidad de un delta debe minimizar los impactos que existen en el sistema fluvio-deltaico. Para ello, los científicos y los técnicos deben proporcionar las herramientas necesarias a los gestores y/o planificadores para que éstos lleven a cabo una planificación integrada del sistema río-delta donde tanto las necesidades socio-económicas como medioambientales sean satisfechas. Por ejemplo, al diseñarse un embalse debería de tenerse en cuenta, por un lado, soluciones técnicas que minimicen al máximo la retención del sedimento en el vaso del embalse (como por ejemplo la construcción de un bypass), de tal manera que se mantenga la continuidad en la transferencia del sedimento, y por otro lado, el diseño de un régimen de caudales tanto líquido como sólido que garantice no solamente la sostenibilidad del ecosistema fluvial sino también la del sistema hidromorfológico. Esto pasa por definir un régimen de crecidas que permitan transportar la cantidad de sedimento necesaria para la sostenibilidad del delta y que a su vez tenga en cuenta las necesidades de las actividades socio-económicas que se desarrollan en el territorio.